sábado, 2 de junio de 2012

Colaboraciones Externas


¿Y qué nombre le pondremos?... matarile rile ron…
Prof. Romy Rodríguez


Y llamó Dios a la luz Día, y a las tinieblas llamó Noche. (Génesis 1:5)

Yahvé Dios de la tierra formó entonces, todos los animales del campo, y todas las aves del cielo y los llevó ante el hombre para que  les pusiera nombre. Y  cada ser viviente había de llamarse como el hombre lo había llamado, ese es su nombre. (Gn.2.19)

Y el hombre  puso nombre a toda bestia y ave de los cielos y a toda fiera salvaje (Gn.2.20)

Nombrar la realidad es imperante. Lo que sea que vivimos o con quien lo vivamos, necesita ser nombrado. Esta señalización nos ubica. Nos da carácter y configura nuestra imagen, la del entorno y las acciones que representamos en el escenario en el que se realiza nuestra puesta en acción, el montaje de nuestra obra, el de nuestra vida.

Profe, ¿y qué título le pongo? ¿Está bien este título? Esta ha sido una constante, una pregunta reiterada frente a la necesidad de ponerle nombre al resultado de un proceso de producción, en el que quepa su ‘criatura’. Algunos inician su proceso a partir del mismo, como para redireccionar su tema. Otros, en cambio, se lo colocan al finalizar, reconcentrando su propósito u objetivo comunicativo. ¿Y qué nombre le pondremos?...

En las relaciones románticas, aparece bajo la expresión manida, “necesito saber cómo se llama esta relación”. Esta archiconocida frase nace de la necesidad del crédito, del reconocimiento o categoría relacional que le dará la justa dimensión a la situación. Generalmente, suele ser planteada por las mujeres. ¿Qué soy para ti y ante los demás…? ¿Un ‘agarre’?, ¿estamos saliendo?, ¿soy una amiga con derechos?, ¿soy tu novia?, ¿nos juntaremos o nos casaremos?...

¿Y qué nombre le pondremos a nuestro hijo(a)? pregunta uno de los miembros de la pareja ¿Le pondremos tu nombre o el mío? Y aparece la tentación de proyectarnos, de prolongar nuestra existencia, de buscar la continuidad y nuestra permanencia en la vida de los hijos. Otra versión de lo mismo es ponerle el nombre de los abuelos o combinaciones de las raíces paternas, que aseguren la prole. Algunas veces, mediante la fragmentación y combinaciones morfológicas se logran extraños resultados mágicos, capaces de hacer salir al genio de la lámpara y con invocaciones, pedirle que cumpla algunos de nuestros deseos y ambiciones. Otros optan por colocar el nombre del galán o de la heroína de la última telenovela o el de la pobre-fea que se convierte en bella, gracias a su adquisición de poder. Así como la imagen del efecto Pigmalión, logra su transformación con el cambio de nombre de una lengua vulgar y ordinaria en otra sonora y refinada, para situarse en una esfera social que honre y lustre su nombre e imagen.
Y luego viene el otro nombre: El apodo. Y de Ernesto, derivamos en ‘Che’, de Ramón en ‘Mon; Altagracia en ‘Tata’, de Josefina en ‘Fifi o Fifa, de Francisco en ‘Pancho’, de José en ‘Pepe’ o ‘Pepito’, y otros muchos de la vox populi, no siempre tan graciosos o cómodos de llevar.
El nombre propio es, según algunos, música divina, sobre todo, cuando es pronunciado por alguien a quien amamos. Hay quienes aseguran, poder o saber determinar, cuando son estimados, por la forma en que son nombrados. Es decir, sabemos que somos amados por el modo en que son pronunciados nuestros nombres. Habría que señalar, que hay tener una capacidad de escucha muy refinada, para no dejarse confundir o engañar por nuestras necesidades o carencias afectivas. Lo peor que podemos hacer es pronunciar o escribir erróneamente el nombre de alguien. Eso, suele ser  imperdonable para algunos.

Es conocida la situación de burlas y exposiciones a las que son sometidas algunas personas que suelen portar nombres raros o curiosos, que atentan contra la honra o dignidad de su condición, como por ejemplo: Dulce de Piña,  Dolores Fuertes de Barriga; Pequeño, asignado a un grandullón; Blanco, asignado a un morenazo etc. Es muy referida la larga lista registrada en el Padrón Electoral, que es imposible citar aquí, pero como indagación o curiosidad, sería bueno consultar.

He aquí la gran inventiva de los dominicanos puesta de manifiesto en algunos de los nombres registrados y confirmados en la Junta Central Electoral que podrían ser considerados graciosos, más que raros, pero en ocasiones son hasta comprometedores: 
Etcétera Vásquez,
Peligroso Suero
Mensa Nova
Adicto De Los Santos Solís
Seno Jiménez
Ano Castro
Naris Feliz
Gerssi Sueter,
Albenia Urss ,
Marmolite Mella,
Sanafetil Payano,
Monitor Pérez.
Sólido Fortuna
Bonita Cuevas
Datsun Ureña 

Doña Aída Bonnelly de Díaz en su obra “Retablo de costumbres dominicanas” alude a que hay nombres propios singulares

“Hoy día las fuertes influencias extranjeras inducen al uso de nombres  imposibles de pronunciar pero que dan un aire de sapiencia snobista a la familia. Así bautizaron a: Grace Indhira de Mónaco, Zuleica Lollobrígida,

Por interferencia en las leyes de ortografía tomadas por oído y no de la escritura tenemos a: Yisel, Yanet, Charli, Robi, Lliovana, Mildre, Pajcual y un etcétera de barbarismos sobre las inocentes cabecitas infantiles.” 

Otro ángulo de esta realidad de la nominación es la que encubre el nombre real o el de la función: El pseudonombre o el seudónimo. Las referencias literarias nos ofrecen numerosos ejemplos de prestigiosos escritores que han desnudado su talento literario ante nosotros, los lectores, sin mostrarnos algo tan personal como es su verdadero nombre, ese insignificante estigma que nos marca desde que nacemos. Entre los más conocidos tenemos el de Pablo Neruda o Ricardo Neftalí Reyes Basoalto.  George Sand, seudónimo de Amandine Aurore Lucile Dupin, baronesa Dudevant. George Eliot, que, en realidad, era el seudónimo que utilizó Mary Anne Evans, la autora de Silas Marner. Su carácter feminista y libertario no le permitía que la encasillasen en el papel de escritora romántica victoriana y, para que se tomaran en serio sus obras, optó por firmarlas con un nombre masculino. Stephen King firmó algunas de sus obras bajo el seudónimo Richard Bachman. El autor quería comprobar si su éxito se debía a su propio talento o, simplemente, a la inercia de las masas que contribuían al concepto de best-seller. Jean-Baptiste Poquelin, llamado Molière o François Marie Arouet, que se hizo llamar Voltaire. El nombre real de Mark Twain era Samuel Clemens y el de Lewis Carrol no era otro, sino Charles Lutwidge Dodgson. Y es que, por diferentes motivos, muchos de ellos prefirieron bautizarse (literariamente hablando) con nombres más convenientes a sus circunstancias.  

¿Y qué nombre le pondremos… a nuestro proyecto de empresa, firma o trabajo? ¿Será simbólico o solo describirá aquello para lo que servirá o funcionará? Me atraen los nombres que nos invitan al pasadizo secreto, a la aventura del descubrimiento del tesoro escondido. Aquel que emite un destello de la oferta y que es una promesa de función o servicio que valida, que la vida o el mundo será mejor. 

También se registra el nombre como credencial o acreditamiento del sitial social o moral. “He alcanzado un nombre”…“Tú te hiciste un nombre en este medio”. Implica  que cimentaste una imagen, que acreditaste un sello, una impronta, que alcanzaste logros que compartir con otros para el bienestar colectivo y el propio. Aunque no siempre sea así, porque hay quienes han cimentado su nombre en el descrédito, en la deshonra y la mentira, en la simulación o el simulacro. Son los usurpadores del sitial o la función. Pagan a Caronte, el barquero de la muerte, su peaje hacia la otra orilla. Su realidad es innombrable o renombrada en la ignominia y la maledicencia retorcida. Esa nominación no es productiva, ni fructífera. No deseo a nadie, querido o estimado, que se inscriba en este registro. 

La creatividad y la capacidad generadora de bienes intelectuales y artísticos, es otra versión de la realidad nominada de las múltiples expresiones de la luz: El prisma. Nombre diversificado y luminoso de la inteligencia múltiple. Numerosas obras reciben nombres, títulos, rótulos para difundir y ampliar las maravillosas y mágicas creaciones que nos han iluminado el camino, el trayecto, el viaje, el sendero de la vida, desde sus diferentes expresiones: la pintura, la música, escultura y literatura. Esta última manifestación del arte en la cual se concretiza la mejor expresión o versión de  "Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros"  (Juan 1:1). Estas proyecciones de la luz, desde la emoción y la razón, se signan con un nombre. Sus creadores las nominan simbólica o literalmente y las obras ocupan sus espacios y dimensiones. Se nos entregan para deleitarnos y conmovernos con sus propuestas universales, y al mismo tiempo, tan singulares. Son propiedades de sus autores de las cuales se desapropian y/o desapoderan, generosamente de su autoría, de hecho, no de derecho. La simbiosis autor-obra; nombrador(a) - nombrada(o); padre- madre y criatura son invocados y evocados cada vez que entramos en su reino, en su “Paraíso perdido” o en “La vida esta en otra parte” o en “El reino de este mundo”. 

Una  de las más interesantes conexiones es la que suele establecerse entre el nombre y su portador(a). ¿Es realmente cierto el que el nombre se parece a quien lo lleva? ¿Cómo se sentirá una persona a quien llaman ‘etcétera’ o ‘virgen’ o ‘efeméride’ o clítoris’ o Hitler …

¿Y qué nombre le pondremos?... matarile rile ron… 

Sea cual sea la realidad nombrada, persona o función, servicio, cosa u objeto, deseo que esté a la altura, que honre y dignifique nuestro quehacer y sea siempre una credencial que nos abra los portales y laberínticas vías de nuestras vidas.





BIBLIOGRAFIA



Biblia Latinoamericana. (1972) Ediciones Paulinas. Gráficas Carasa. Madrid. España.

Bonnelly de Díaz, Aída. (1991) Retablo de Costumbres Dominicanas. Editorial  PUCMM. Santiago RD.