CONCEPTOS, PRINCIPIOS, VALORES Y LEYES.
Luego
de unos días sobresaltados por tensiones de origen “avícola”, con un desplume que
llenó los espacios estelares de los medios de comunicación de nuestra pequeña
isla, me obligó a levantar vuelo y hurgar en la granja mental, con el intento
de llegar a una conclusión con pico. Y luego del aterrizaje forzoso concluí que,
por lo regular carecemos de discursos coherentes y sensatos. Ya que la mayoría
de las arengas estaban basadas en conceptos vagos, imprecisos y faltos de
claridad. Apreciamos que los argumentos que se esgrimieron o bien se pusieron
de manifiesto por los diversos medios, arrastraban un “mal de origen conceptual”.
Lo que manifiesta la existencia de un pensamiento ovíparo.
La construcción
de pensamientos, con un “mal de origen conceptual”, es similar a construir
edificios con zapatas inadecuadas, por lo tanto dichas edificaciones tienden a
desmoronase a la menor sacudida, demanda o presión. Pero este escenario realmente
data de siglos en nuestra sociedad, fruto, en su principio, por el abandono de
la colonia por los españoles y hoy por el modelo educativo aun vigente. Un
modelo que no se fundamente en el cultivo del conocimiento, cimentado en
conceptos, principios y valores sólidos, realidad que nos arrastra al gallinero
en que vivimos.
Al parecer el objetivo del sistema educativo
vigente es simplemente, atiborrar al estudiante de información, para luego
evaluar la capacidad de la memoria del mismo, un acto similar a engordar al
pollo para luego evaluar su peso. Tenemos un método que no toma en cuenta, o
poco le importa, si el alimento informativo suministrado a los “pollos”
realmente es capaz de transformar positivamente sus vidas, y no solo picotear la
vida diaria.
Debemos
recordar que ciertas naciones y pueblos hoy denominados como “desarrollados”,
han construido y pulido por siglos sus instrumentos de comunicación y formación
social, con el fin de educar eficazmente a sus ciudadanos; pero en nuestro caso
particular, no se ha alcanzado dicho objetivo. Y todo esto es el fruto de una irresponsabilidad
colectiva, un conglomerado incapaz de promover y transmitir los valores y
concepto básicos, de una manera tal que vuelen
en el comportamiento social sin mayores obstáculos.
Para
explicarnos mejor podemos tomar un ejemplo, y ponerlo en contexto de lo que hoy
es la comidilla del pueblo. Tomemos el concepto de “Solidaridad” que tanto
preocupa a comentaristas y exponentes de los medios. A mi parecer sí
estuviéramos edificados correctamente con respecto a ese concepto, otro gallo
cantaría, ya que de aves se trata el asunto. El concepto quizás ha sido olvidado,
ignorado, manipulado o desconocido.
Detrás
del término “solidaridad” subyace un concepto, el que en realidad no es más que
un sentimiento capaz de generar y motorizar un accionar moral y ético en un ser.
Pero tal vez la forma asumida en nuestro caso, podría ser fruto de una herencia
inculcada, pero deformada, de los principios religiosos que marcan a nuestra
sociedad.
Podemos
presentar algunas máximas la que son más
elocuentes y que rezan: “Haz bien y no mires a quien” o “No permitas que tu
mano izquierda se entere de lo que tu
mano derecha ha hecho por tu prójimo” o
tal vez podamos recordar “la parábola del buen samaritano”. Pero esto al
parecer o en realidad estas máximas son, simples palabras, voces incapaces de
transformar la mente humana para generar acciones coherentes en sus vidas. Sin
dudas el mercantilismo no nos permite ver con claridad los conceptos en trasfondo.
Debemos
de recordar que, el acto solidario en su concepción original, no contempla la
emisión de una factura a crédito, factura la que se pueda cobrar en el momento
que se crea necesario o conveniente. O la de poseer una carta comodín, que
pueda ser usada como mecanismo extorsionador, por aquel que reclama un agradecimiento
infinito. También cabe dentro de las posibilidades, pensar que se pueda
convertir en una deuda impagable, endosada a una persona o nación que haya sido
receptora de un acto solidario, y que deberá resarcir por algún medio.
En principio a nadie se le obliga ser
solidario con otro, ese sentir parte de la más íntima convicción de aquel que
se forma en el precepto. Por ejemplo, en los predios budistas el acto solidario
“no genera puntos” para obtener la gracia o para garantizar la liberación final
o para alcanzar el Nirvana. Mientras que para otras concepciones, el ser
solidarios, es un pasaporte para ganarse el paraíso, o para ser bien vistos y
evaluados en un presunto juicio final.
Debemos
comprender que el acto solidario parte del humano que ha alcanzado un nivel de
desarrollo y sensatez, fruto de una claridad mental y una vivencia humana que
le permite sentirse motivado a realizar dicha acción. La solidaridad es una
manifestación incondicional de simple amor al prójimo, revelación de una
grandeza de corazón. Un ser que es capaz de amar a un desconocido o a su peor
enemigo. Y ese ser no realiza el acto solidario, esperando una retribución o
agradecimiento, simplemente no se espera nada.
El
receptor del acto solidario, es el único que puede evaluar la trascendencia del
acto mismo, y no es el ejecutor el encargado de ese capítulo. Sí el receptor no
esta al nivel de comprender la trascendencia del acto o evaluar con humildad el
mismo y tener un buen sentir respecto al acto solidario, denota simplemente su
nivel de desarrollo como humano y/o como sociedad. Y solo será el tiempo el que
se encargue del su insensatez, mediocridad y oportunismo. Cuando se logra
trascender sobre si mismo, es cuando se permite entender el concepto vivencial
y la calidez humana del un ser solidario, y para que esto acontezca se requiere
de liberarse del ego, del odio y las cargas existenciales.
Podemos
también observar que se les enseña a los pueblos que el acto solidario es un
mandato humano, pero ese concepto no es más que una distorsión, y peor, hoy puede
ser usado como un gran negocio y robo enmascarado. Como también un formato que puede
encubrir un objetivo soterrado de control e intervensionismo. Por otro lado el
acto puede ser manipulado y con una capacidad de promover en los pueblos una vivencia
que le hace presuponer que se es merecedor del acto solidario, hacendolos
sentir minusválidos, por tanto dependientes.
Ahora
bien la otra figura que también nos trae sobre esta reflexión son las leyes.
Las que en última instancia son, un resumen del los acuerdos colectivos a los
que ha llegado un conjunto humano, y donde las mayorías (supuestamente) están
de acuerdo y están dispuesta a respetar y llevar a cabo en su vida social y
personal, para arribar a un buen vivir en
colectivo.
Las leyes no son por tanto herramientas que se
puedan acomodar, malear, torcer para beneficios particular o coyuntural. Las
leyes son mandatos para todos y no un instrumento de manipulación de una
minoría, y por tanto las leyes no pueden
y no deben ser solidarias, dicho concepto no cabe dentro de su espíritu
primario. Las leyes son aspectos consensuados, las leyes deben ser justas, y su
fin es defender los intereses y acuerdos alcanzados por una mayoría social. Y
debemos reconocer que nuestro estado y por ende nosotros mismo, hemos sido: laxos, incapaces, ineficiente, mediocres,
pusilánimes, en las ejecutorias y mandatos que las leyes declaran y obligan.
Y gracias a esta realidad, permanentemente nos
encontramos en situaciones escabrosas y en callejones sin salida. Simplemente por
no hacer cumplir las leyes a tiempo y con la continuidad y el seguimiento
requerido (tal vez porque nunca hemos sido participes de la conformación de
acuerdos sociales, como se supone debe ser). En nuestro caso el desorden ocupa
todos los espacios de nuestra vida personal y social. Para muestra un botón, ¿O
acaso el tránsito de máquinas y transeúntes en nuestras ciudades y vías son
dignas de seres civilizados, mínimamente educados y respetuosos de la vida de
los otros y la de si mismos? Y ¡que
podemos decir de los delincuentes y rateros! O de la vida en los condominios y
los barrios. Pero estos actores sociales,
tanto unos como otros, reclaman ser respetados, amparados en sus códigos
legislativos espurios, que intentan imponen a los demás estos grupos minoritarios
y desaprensivos de la sociedad.
Esa
actitud mediocre que demostramos en nuestro permanente no actuar para mantener las leyes y acuerdos sociales vigentes y
activos, nos lleva a conflictos permanentes en nuestra relaciones con nosotros
mismos y con otros, y más con aquellos se sí saben manipular excelentemente los
mecanismos. Mecanismos aquellos que hacer saltar los resortes mediáticos, y
logran poner en ridículo a todos aquellos que por su mediocridad y laxidad, que
no ha logrado poner los puntos y los acentos sobre las letras correctas y en
los momentos apropiados.
Nuestra
continuada práctica de no cumplir con nuestras obligaciones y regodearnos en
los capítulos de una historia remota, basadas en los reglamentos de la
piratería, el desafuero, el contrabando, el robo institucionalizado, con una “moral
y ética” acomodada para cada momento y al mejor parecer del oportunista de
turno, hoy nos arrastra a este escenario conspicuo. Donde nuestras prácticas
comerciales, institucionales, políticas y sociales, nos hace miembros del
exclusivo club de lo Z-8, y esto por no tener más letras en el alfabeto para
catalogarnos en los últimos estratos.
Y de este modo, mientras más pobre y mediocre,
mejor. Competimos ¡con la crápula! nuestra mediocridad es tal, que año tras año
nos regodeamos en la misma inmundicia social, política y económica, y no encontramos
la forma de librarnos del vertedero eterno y mal oliente en que vivimos.
Y
mientras tanto, ¡Que siga la fiesta! Es desgarrador y repugnante el tener que exteriorizarlo
de este modo. Al parecer requerimos ¡del garrote!, para que nos golpee el
rostro sin piedad, para luego intentar tomar medidas atenuantes, si es que
alguna vez la tomamos. Pero eso sí con lo ojos hinchados, y por tanto con la incapacidad
de ver con claridad por los traumatismos resultantes. ¡Que pena! al parecer las
aves logran tener más orden social, que los humanos que habitamos esta islita.