martes, 2 de julio de 2013

CONCEPTOS, PRINCIPIOS, VALORES Y LEYES.


 

CONCEPTOS, PRINCIPIOS, VALORES Y LEYES.
 

     Luego de unos días sobresaltados por tensiones de origen “avícola”, con un desplume que llenó los espacios estelares de los medios de comunicación de nuestra pequeña isla, me obligó a levantar vuelo y hurgar en la granja mental, con el intento de llegar a una conclusión con pico. Y luego del aterrizaje forzoso concluí que, por lo regular carecemos de discursos coherentes y sensatos. Ya que la mayoría de las arengas estaban basadas en conceptos vagos, imprecisos y faltos de claridad. Apreciamos que los argumentos que se esgrimieron o bien se pusieron de manifiesto por los diversos medios, arrastraban un “mal de origen conceptual”. Lo que manifiesta la existencia de un pensamiento ovíparo. 

      La construcción de pensamientos, con un “mal de origen conceptual”, es similar a construir edificios con zapatas inadecuadas, por lo tanto dichas edificaciones tienden a desmoronase a la menor sacudida, demanda o presión. Pero este escenario realmente data de siglos en nuestra sociedad, fruto, en su principio, por el abandono de la colonia por los españoles y hoy por el modelo educativo aun vigente. Un modelo que no se fundamente en el cultivo del conocimiento, cimentado en conceptos, principios y valores sólidos, realidad que nos arrastra al gallinero en que vivimos. 

      Al parecer el objetivo del sistema educativo vigente es simplemente, atiborrar al estudiante de información, para luego evaluar la capacidad de la memoria del mismo, un acto similar a engordar al pollo para luego evaluar su peso. Tenemos un método que no toma en cuenta, o poco le importa, si el alimento informativo suministrado a los “pollos” realmente es capaz de transformar positivamente sus vidas, y no solo picotear la vida diaria. 

     Debemos recordar que ciertas naciones y pueblos hoy denominados como “desarrollados”, han construido y pulido por siglos sus instrumentos de comunicación y formación social, con el fin de educar eficazmente a sus ciudadanos; pero en nuestro caso particular, no se ha alcanzado dicho objetivo. Y todo esto es el fruto de una irresponsabilidad colectiva, un conglomerado incapaz de promover y transmitir los valores y concepto básicos,  de una manera tal que vuelen en el comportamiento social sin mayores obstáculos. 

     Para explicarnos mejor podemos tomar un ejemplo, y ponerlo en contexto de lo que hoy es la comidilla del pueblo. Tomemos el concepto de “Solidaridad” que tanto preocupa a comentaristas y exponentes de los medios. A mi parecer sí estuviéramos edificados correctamente con respecto a ese concepto, otro gallo cantaría, ya que de aves se trata el asunto. El concepto quizás ha sido olvidado, ignorado, manipulado o desconocido.

      Detrás del término “solidaridad” subyace un concepto, el que en realidad no es más que un sentimiento capaz de generar y motorizar un accionar moral y ético en un ser. Pero tal vez la forma asumida en nuestro caso, podría ser fruto de una herencia inculcada, pero deformada, de los principios religiosos que marcan a nuestra sociedad.

      Podemos presentar algunas máximas la que son  más elocuentes y que rezan: “Haz bien y no mires a quien” o “No permitas que tu mano izquierda se entere de  lo que tu mano derecha  ha hecho por tu prójimo” o tal vez podamos recordar “la parábola del buen samaritano”. Pero esto al parecer o en realidad estas máximas son, simples palabras, voces incapaces de transformar la mente humana para generar acciones coherentes en sus vidas. Sin dudas el mercantilismo no nos permite ver con claridad los conceptos en trasfondo.  

     Debemos de recordar que, el acto solidario en su concepción original, no contempla la emisión de una factura a crédito, factura la que se pueda cobrar en el momento que se crea necesario o conveniente. O la de poseer una carta comodín, que pueda ser usada como mecanismo extorsionador, por aquel que reclama un agradecimiento infinito. También cabe dentro de las posibilidades, pensar que se pueda convertir en una deuda impagable, endosada a una persona o nación que haya sido receptora de un acto solidario, y que deberá resarcir por algún medio.    

      En principio a nadie se le obliga ser solidario con otro, ese sentir parte de la más íntima convicción de aquel que se forma en el precepto. Por ejemplo, en los predios budistas el acto solidario “no genera puntos” para obtener la gracia o para garantizar la liberación final o para alcanzar el Nirvana. Mientras que para otras concepciones, el ser solidarios, es un pasaporte para ganarse el paraíso, o para ser bien vistos y evaluados en un presunto juicio final. 

     Debemos comprender que el acto solidario parte del humano que ha alcanzado un nivel de desarrollo y sensatez, fruto de una claridad mental y una vivencia humana que le permite sentirse motivado a realizar dicha acción. La solidaridad es una manifestación incondicional de simple amor al prójimo, revelación de una grandeza de corazón. Un ser que es capaz de amar a un desconocido o a su peor enemigo. Y ese ser no realiza el acto solidario, esperando una retribución o agradecimiento, simplemente no se espera nada.  

     El receptor del acto solidario, es el único que puede evaluar la trascendencia del acto mismo, y no es el ejecutor el encargado de ese capítulo. Sí el receptor no esta al nivel de comprender la trascendencia del acto o evaluar con humildad el mismo y tener un buen sentir respecto al acto solidario, denota simplemente su nivel de desarrollo como humano y/o como sociedad. Y solo será el tiempo el que se encargue del su insensatez,  mediocridad y oportunismo. Cuando se logra trascender sobre si mismo, es cuando se permite entender el concepto vivencial y la calidez humana del un ser solidario, y para que esto acontezca se requiere de liberarse del ego, del odio y las cargas existenciales. 

    Podemos también observar que se les enseña a los pueblos que el acto solidario es un mandato humano, pero ese concepto no es más que una distorsión, y peor, hoy puede ser usado como un gran negocio y robo enmascarado. Como también un formato que puede encubrir un objetivo soterrado de control e intervensionismo. Por otro lado el acto puede ser manipulado y con una capacidad de promover en los pueblos una vivencia que le hace presuponer que se es merecedor del acto solidario, hacendolos sentir minusválidos, por tanto dependientes. 

     Ahora bien la otra figura que también nos trae sobre esta reflexión son las leyes. Las que en última instancia son, un resumen del los acuerdos colectivos a los que ha llegado un conjunto humano, y donde las mayorías (supuestamente) están de acuerdo y están dispuesta a respetar y llevar a cabo en su vida social y personal, para arribar a un buen vivir en  colectivo.

      Las leyes no son por tanto herramientas que se puedan acomodar, malear, torcer para beneficios particular o coyuntural. Las leyes son mandatos para todos y no un instrumento de manipulación de una minoría, y por tanto las leyes  no pueden y no deben ser solidarias, dicho concepto no cabe dentro de su espíritu primario. Las leyes son aspectos consensuados, las leyes deben ser justas, y su fin es defender los intereses y acuerdos alcanzados por una mayoría social. Y debemos reconocer que nuestro estado y por ende nosotros mismo, hemos sido: laxos, incapaces, ineficiente, mediocres, pusilánimes, en las ejecutorias y mandatos que las  leyes declaran y obligan 

     Y gracias a esta realidad, permanentemente nos encontramos en situaciones escabrosas y en callejones sin salida. Simplemente por no hacer cumplir las leyes a tiempo y con la continuidad y el seguimiento requerido (tal vez porque nunca hemos sido participes de la conformación de acuerdos sociales, como se supone debe ser). En nuestro caso el desorden ocupa todos los espacios de nuestra vida personal y social. Para muestra un botón, ¿O acaso el tránsito de máquinas y transeúntes en nuestras ciudades y vías son dignas de seres civilizados, mínimamente educados y respetuosos de la vida de los otros y la de si mismos?  Y ¡que podemos decir de los delincuentes y rateros! O de la vida en los condominios y los barrios.  Pero estos actores sociales, tanto unos como otros, reclaman ser respetados, amparados en sus códigos legislativos espurios, que intentan imponen a los demás estos grupos minoritarios y desaprensivos de la sociedad. 

     Esa actitud mediocre que demostramos en nuestro permanente no actuar para mantener las leyes y acuerdos sociales vigentes y activos, nos lleva a conflictos permanentes en nuestra relaciones con nosotros mismos y con otros, y más con aquellos se sí saben manipular excelentemente los mecanismos. Mecanismos aquellos que hacer saltar los resortes mediáticos, y logran poner en ridículo a todos aquellos que por su mediocridad y laxidad, que no ha logrado poner los puntos y los acentos sobre las letras correctas y en los momentos apropiados. 

     Nuestra continuada práctica de no cumplir con nuestras obligaciones y regodearnos en los capítulos de una historia remota, basadas en los reglamentos de la piratería, el desafuero, el contrabando, el robo institucionalizado, con una “moral y ética” acomodada para cada momento y al mejor parecer del oportunista de turno, hoy nos arrastra a este escenario conspicuo. Donde nuestras prácticas comerciales, institucionales, políticas y sociales, nos hace miembros del exclusivo club de lo Z-8, y esto por no tener más letras en el alfabeto para catalogarnos en los últimos estratos. 

      Y de este modo, mientras más pobre y mediocre, mejor. Competimos ¡con la crápula! nuestra mediocridad es tal, que año tras año nos regodeamos en la misma inmundicia social, política y económica, y no encontramos la forma de librarnos del vertedero eterno y mal oliente en que vivimos. 

     Y mientras tanto, ¡Que siga la fiesta! Es desgarrador y repugnante el tener que exteriorizarlo de este modo. Al parecer requerimos ¡del garrote!, para que nos golpee el rostro sin piedad, para luego intentar tomar medidas atenuantes, si es que alguna vez la tomamos. Pero eso sí con lo ojos hinchados, y por tanto con la incapacidad de ver con claridad por los traumatismos resultantes. ¡Que pena! al parecer las aves logran tener más orden social, que los humanos que habitamos esta islita.