La cultura japonesa, forja desde el siglo X hasta el siglo XVII, -más o menos-, un código
llamado “Bushido”, vocablo que significa, “El camino del guerrero”. Por
su parte los chinos, mucho antes, le conocían como el “Kung Fu”. Una parte de ésta
sociedad - la japonesa- desde el siglo
VI, adopto la filosofía de vida budista, llamada por ellos “ZEN”,
una filosofía también heredada de los chinos, que lo conocían como budismo “Chan”. La que era y sigue siendo una filosofía
cargada de valores y principios, que enseñaban a sus seguidores a buscar la
iluminación, a través de la meditación, para lograr una armonía, cuerpo -mente
-espíritu.
En sus prácticas se trataba de tener concretado, todo un
legado de sabiduría, con pensamientos precisos, y en pocas palabras. Tal como algunos otros grupos del taoísmo, que
recibieron las máximas del viejo texto llamado “Tao te King”, al que nos hemos
referido en múltiples ocasiones.
Esta sociedad, a la que hoy nos referimos, escribió sus
propias máximas. Y una de las que alcanzó mayor relevancia fue: “Sabiduría,
Benevolencia, Coraje y Valor”. Cuando
vemos estas palabras por separado, tienen otra dinámica, más para el común de los mortales, pero para los
grupos de guerreros llamados “Samuráis”,
se trataba de algo de trascendencia singular.
Vamos pues a tratar de dilucidar los intríngulis que esta
máxima contenía, para que pudiera marcar de manera tan particular, la realidad
vivida por estos personajes de la historia. Trataremos de ver, cuánto podría
significar estos cuatro simples vocablos.
Comencemos por “Sabiduría”: Se puede conceptualizar como
prudencia, como también buena instrucción, pero otros lo llevaban a una mayor dimensión,
cuando la describían como algo proveniente del conocimiento divino.
Llegar a ser sabio era, poseer todo conocimiento que
representaba la sapiencia de la comprensión
de los dioses. Puesto que la instrucción como legado, debería ser capaz de
transformar la vida del ser humano. Y
esto se lograría a través de la meditación,
que con una ardua autodisciplina, se escalaba a los reinos del
conocimiento universal, pero aquí en la tierra…
Se decía que, la información primero transformaba la vida de
los seres humanos, donde se trataba primero de profundizar en la conciencia
humana, para más adelante alcanzar la conciencia universal o sabiduría divina
total. Esta conciencia, nos da el poder del entendimiento de las causas,
razones y objetivos para lo que fuimos conformados. Claro, no solo para su vida
personal, que es la primera etapa, sino para la conciencia social que es la
segunda etapa, razón por y para la cual se recibía ese don.
Es por ello que este grupo de guerreros, emprendió la gran transformación de la
civilización japonesa, la que en los anteriores siglos estaba en franco barbarismo. Y con un
esfuerzo descomunal, lograron una sociedad con niveles de sofisticación pocas
veces vista en la historia de la humanidad. Y hasta hoy su legado quedó impreso
en el código genético de los ciudadanos nipones. Pero al llegar el siglo XVIII
- XIX el nuevo emperador optó por permear la tradición de los Samuráis, con las
nuevas tendencias occidentales, lo que terminó por llevar al imperio japonés a
la ruina total, durante la segunda guerra mundial.
Prosiguiendo con las conceptualizaciones, sabiduría se
pudiera definir como conocimiento amplio y profundo, que de adquiere mediante
el estudio y la experiencia. También como la facultad de las personas actuar
con sensatez, prudencia y acierto. Se
habla también de que es un carácter, que se desarrolla con la aplicación de la
inteligencia en la experiencia propia, la que da mayor entendimiento y
capacidad para reflexionar, sacar conclusiones y da el discernimiento de lo que
es ético y moral. Por otro lado nos da referencia de memoria a largo plazo,
algo que se experimenta con la suficiente intensidad y frecuencia, como para
que no se borre del recuerdo humano, en
su proceso para la supervivencia social…
Pasemos al segundo vocablo “Benevolencia”, el que se traduce
como simpatía, buena voluntad hacia otros, también como una cualidad, una
propiedad de la persona que es comprensiva y tolerante, a veces indulgente.
Esta cualidad se demuestra en sociedad, que te dice que se es bueno con los que
se convive. Un sentimiento que dicta que las acciones se deben tomar en
beneficios de los demás. Esto se nos hace contradictorio cuando se habla de un
guerrero, que se hizo reconocer por su potestad de cortar cabezas, puesto que
los samuráis eran diestros en el uso de las espadas. Pero la pregunta a seguir
es ¿A quién les cortaban las cabezas?... En sus inicios estos guerreros se
hicieron populares porque defendían al pueblo de los abusadores y ladrones que
asolaban la comarca.
Pero de la filosofía budista, aprendieron que deberían ser
benévolos con los ignorantes, con los menos dotados, de que no era un pecado
ser torpes, brutos, o incultos. Pero si lo era, ser inmoral, ladrón y desvergonzado. Pues ésta es una condición lesiva
y nefasta para la sociedad, además de que no requería instrucción especial,
para ser honestos y correctos...
Entonces limpiar las lacras sociales más perversas, era una
necesidad, para forjar una sociedad y cultura de trabajo, honestidad, moralidad
y respeto común. Esto sin dudas costó muchas vidas, pero algo interesante
sucedió… se erradicó “el gen del ladrón” de su sociedad, se devolvió la
moralidad ciudadana a niveles sin prescindentes vistos en esa nación y en el mundo, hasta la fecha.
Ser comprensivos e indulgentes con los ignorantes, no
representó ser permisivos con los delincuentes y promotores del desafuero
social. Entendían que la ignorancia, la faltas de cultura, de higiene, de
trabajo y demás adornos sociales, debían ser enseñados desde pequeños y que el
respeto a las normas éticas y morales establecidas por la consciencia divina, y
no deberían ser violadas, de lo contrario se debía pagar el precio de ser
reciclados bajo la creencia en que el karma pesaba y debía ser purificado con
acciones correctas y saludables, para que la sociedad pudiera vivir en armonía,
paz, prosperidad y solidaridad.
Coraje y Valor… De inicio pareciera ser lo mismo, pero en
realidad son conceptos diferente. El coraje representa al guerrero por su
valentía por luchar por esa virtud
humana, esa fuerza de voluntad para poder lograr lo que proponía por convicción
clara e inquebrantable, el que se sobrepone a los impedimentos y sabotajes. Se persevera
en la acción hasta que se realiza la acción iniciada.
Era una acción decidida, apasionada, convencida de que se
lograría el objetivo. Y no se podía desfallecer puesto que la sabiduría divina
apodera al hombre de bien, de esa fuerza interna, o por lo menos eso se
suponía…
La propuesta, primaria el ser se transformaría a sí mismo,
para luego transformar su realidad social, manifestando su entrega máxima. No
corromperse en el proceso era el logro, ya que el corrupto pierde la conciencia
legada por los divinos, y lo hace indigno, por su debilidad manifiesta.
Esto no puede ser aplicado por los hombres que no tienen
claro su verdad. Aquellos que dudan de sí mismos, de su valía, aquellos que
permanentemente dudan de que sea posible lograr eso que dicta la conciencia
divina. Dictaban que por esa falta de coraje es que las sociedades y sus
integrantes se corrompen. Y se ve cómo se desmorona el entramado social para
ser reciclado en su totalidad en una espiral sin fin. Cuando esa conciencia
social se corrompe y pierde su norte, termina en el estercolero de la historia,
como han terminado todos los imperios corruptos propiciados por el hombre
durante su historia como civilización.
Haciendo un análisis de la realidad, por dura que parezca,
parecen tener razón en este capítulo. Los padres fundadores de los países, lo
son porque fundamentaron sus legados en aquello que los comunitarios entendían
como bueno para ellos y acogen esos
principios y valores, pues la sociedad mayoritariamente sana, los anhela.
Por otro lado el valor representa otro acápite que colinda
con el anterior, pero el valor en este caso representa los principios
fundamentales de la sociedad, los cuales son perseguidos por toda la eternidad.
El valor enseña a todos, esos principios que nos hacen reconocer como seres
buenos, como seres civilizados, como criaturas legadas por la divina creación,
de acuerdo con los antiguos. Puesto que para ellos la creación era divina,
inmaculada, impoluta, sin manchas. Claro, era una forma de idealizar lo que
está fuera del alcance del ser común, y esos acápites son manipulados por los
falsos profetas, tal como lo han manifestado públicamente los grandes maestros
espirituales de todos los tiempos y todas las culturas.
Así podemos ver que esos guerreros del bushido, lograron con
cuatro vocablos elementales, concretar todo un legado histórico para su
humanidad, en una simple pero valiosa máxima samurái. Que al ser simple, la
recitaban y llevaban al guerrero a reconocer cuales eran los principios
fundamentales por los que se comprometían con todo su ser. Allí no había dudas,
flaquezas, debilidades, el corazón estaba henchido permanentemente, pues sus
máximas eran fáciles de recordar, era fácil de meditar en torno a esos cuatro
simples vocablos. Era un principio tan elemental como la devoción del perro con
su amo, allí no existen circunstancias, atenuantes, ni traiciones, solo existe
la vía de la lealtad y entrega de todo el ser, a una realidad ineludible.
Por supuesto, no es que queremos hacer una apología a las
culturas ancestrales, donde quedaron marcas por la violencia y latrocinio, pero lo que si podemos sacar como conclusión
es que la filosofía, la ideología, la moral y la ética, siguen siendo las
herramientas fundamentales para la transformación humana, pero que ha quedado
relegadas, frente a los valores de la riqueza y el poder, la opulencia y demás
gatos barcinos escondidos en las psique humana, y que en pocos momento de la
historia, han logrado superar las adversidades que viven sus propias civilizaciones.